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martes, 14 de julio de 2020

UN PUEBLO ARRASADO

UN PUEBLO ARRASADO

          En las estribaciones de la Sierra de Huelva, entre Berrocal y Valverde, hubo una aldea de no más de treinta casas que fue pedanía de Zalamea la real. En ella vivían hasta 1937 poco más de 100 personas que se dedicaban a las labores del campo. Una noche, un grupo de milicianos de Falange pidió asilo para pasar la noche. Había comenzado el horror y la barbarie que llevarían a la tortura y a la muerte a algunos de sus habitantes, y acabó con un pueblo arrasado: El Membrillo Bajo.

          Una tarde calurosa de Agosto, después de rodar por carreteras que hablan de historias mineras de la Sierra onubense, detuve mi moto delante del cartel que recuerda que esta aldea ha sido considerada por la Junta de Andalucía como lugar de memoria histórica.



          Pero, ¿porqué precisamente este lugar, olvidado ya de la memoria colectiva, ha recibido tal distinción?...

          Mientras me deshacía del casco y la chaqueta, verdaderos enemigos del verano andaluz, unos perrillos se acercaban a darme la bienvenida, extrañados de que alguien se detuviera ante estos parajes desolados.



          
          Con el calor y el viento seco como única compañía, me adentro en la aldea por la calle principal, observando a cada lado cientos de piedras esparcidas con signos de fuego, que me hablan desde la distancia de sucesos acaecidos en este lugar, y que los años no han podido borrar de la memoria.



          Regresemos por un instante al verano del 36 para averiguar qué le ocurrió a esta aldea. Para ello, os remito al periódico El País, que en su ejemplar del 28 de Febrero de 2008 aparecía el siguiente artículo...





"Un pueblo borrado en la Guerra Civil
El Membrillo Bajo fue destruido como represalia por un litigio de tierras
El país.Andalucia / Manuel J. Albert Huelva 28 FEB 2008

          El Membrillo Bajo, en Huelva, es un pueblo que está más que abandonado. Está arrasado hasta sus cimientos. Sus ruinas, invadidas por las plantas, atestiguan lo que una vez fue una pedanía de Zalamea la Real, habitada por algo más de 100 habitantes. Cada una de sus piedras tiene una fecha invisible grabada: 1937. Ese año, en mitad de la Guerra Civil, el pueblo fue borrado del mapa, incendiado y bombardeado por un grupo de milicianos de Falange y miembros del Ejército. Los habitantes de El Membrillo huyeron a pueblos cercanos como la misma Zalamea o El Membrillo Alto. Detrás dejaron a una quincena de vecinos que, durante aquel año, habían sido torturados y fusilados o incluso pasados a cuchillo por los fascistas.

          "Esto fue una matanza", describe José Moyano, hijo de uno de los pocos testigos de entonces que sobrevive. Su padre tenía siete años cuando 'volaron' el pueblo y perdió a varios de sus tíos en la carnicería. "Mi padre recuerda que, cuando quemaron el pueblo, unos falangistas subieron hasta El Membrillo Alto, donde él vivía. Uno de ellos lo cogió en brazos, lo aupó para que pudiese ver cómo ardía El Membrillo Bajo y le dijo: '¿Ves lo que le hemos hecho a ese pueblo? Pues con el tuyo vamos a hacer lo mismo", dice José. Por suerte, al final, las milicias que habían martirizado durante casi un año a los vecinos de El Membrillo Bajo, dejaron en paz a los de El Alto."


         "Una persona que ha estudiado el desgraciado periplo de El Membrillo Bajo es el periodista y escritor onubense Rafael Moreno quien, en 2003, publicó la novela La raya del miedo, basada en los hechos ocurridos en la aldea y en las entrevistas personales que el propio Moreno realizó a los testigos supervivientes.
"Al estallar la Guerra Civil, Huelva quedó en el bando de los rebeldes contra el Gobierno republicano. En el verano del 36, milicianos de Falange, procedentes probablemente de Lepe, se instalaron en El Membrillo Bajo. Los vecinos tuvieron que atender entonces las necesidades de quienes iban a convertirse en sus verdugos", destaca Moreno. Durante un año, el terror se impuso. "La represión fue lenta y sistemática. Un día se llevaban a una persona. Otro día a dos.", dice el periodista. "Pero el pausado castigo nada tenía que ver con la política ni la ideología. Era una ayuda del Ejército y las milicias falangistas a los terratenientes en su lucha por la tierra", recuerda el periodista.
Y es que la masacre, que terminó camuflándose con en el drama general de la Guerra Civil, escondía su génesis en un pleito por tierras que se remontaba al siglo XIX. Desde mediados de esa centuria, los campesinos de El Mebrillo Bajo y los terratenientes de Zalamea habían litigado por unas 150 hectáreas de monte."






          Comienzo a andar hacia la aldea, y ya se divisan las primeras piedras que aguantan esbeltas el paso del tiempo.






 



          Los muros semiderruidos de lo que antes fueron hogares felices de gente del campo, se muestran hoy desolados y solitarios, mostrando aún el tizne que el fuego dejara grabado en sus piedras.














          Aún se adivina el trazo imperfecto de las habitaciones que albergaron a estas pobres familias.












          Los agujeros labrados en la piedra, donde descansaban los maderos que soportarían el segundo piso, la buhardilla o el tejado. Hoy sólo queda la piedra y restos calcinados de la madera.







     



          La vegetación se hace dueña de la aldea, abrazando sus piedras con las ramas que intentan recuperar su sitio en el campo andaluz.       








          Últimos vestigios de un pasado terrible, donde el silencio sólo roto por el silbido del aire entre las ramas de los árboles estremece en este desolado paraje de la sierra de Huelva.









          Por estas calles, hoy cubiertas de maleza, huían desesperados hombres, mujeres y niños para salvar la vida que les fue arrebatada sin motivo alguno.









          Uno de los chuchos se esconde del implacable sol del verano, en una oquedad que la vegetación y la piedra construyeron durante 83 años de olvido y silencio.








          En todas partes me encuentro con restos de casas y calles que siguen en pie después de tantos años, y que dejan adivinar el alcance de la destrucción. No es, como otras veces he visto, un edificio destruido por la barbarie humana; esta vez se trata de todo un pueblo arrasado y olvidado, que está al alcance de la mano.


























          El fiel chucho que me acompañó en todo el recorrido, me espera junto a mi moto para despedirse.








          Antes de irme, echo la vista atrás con pena y rabia mientras miro los últimos muros vestigios de un pasado que algunos quieren olvidar, pero que debería de recordarse con serenidad y tristeza.








       <<La matanza del Membrillo duró meses, hasta que fue incendiada y bombardeada para borrarla definitivamente del mapa. A pesar de los años transcurridos se mantienen en pie las paredes de algunas de las casas, rodeadas de un inmenso verde y las siluetas de las calles que tenía trazadas la aldea.

               La orden oficial fue decretada por Queipo de Llano el 6 de agosto de 1937, y el motivo, la búsqueda de fugitivos y guerrilleros en la comarca de Huelva, tras ser declarada de nuevo zona de guerra. Nadie creía que tal motivo podía desatar aquella terrible masacre. Sus autores desaparecieron tras el incendio sin conocer aún a día de hoy el número de víctimas que fueron brutalmente asesinadas y torturadas. Años después, en plena dictadura la historia del Membrilo parecía “haber desaparecido de la memoria”. Nadie nombraba lo que había ocurrido ni las atrocidades que sus vecinos habían vivido.

          La Aldea del Membrillo Bajo fue declarada por la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía Lugar de Memoria en el año 2014. Un panel recuerda el terrible episodio vivido por sus vecinos para crear conciencia sobre la auténtica barbarie que se vivió durante la guerra civil y dar así a conocer la verdadera infrahistoria, esa que aún cuentan aquellas muros que se encuentran en pie a pesar del paso de los años.>>

El Plural.com
          



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